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Liza Minelli, impresionante en su actuación, da vida a la protagonista Sally Bowles. Divertida, alocada, a veces infantil, soñadora y corrompida por los placeres de la vida es capaz a su vez de corromper a cualquiera, incluido a un señorito universitario de Cambridge(Michael York). En resumen, la decadencia divina. Ambos, guiados por el desenfreno se dejaran llevar por las situaciones y sobre todo por el dinero.
Los grandes números musicales coreografiados por su director Bob Fosse fueron capaces de revivir el género del musical cuando se consideraba que estaba acabado. Todos ellos, a cargo del maestro de ceremonias Joel Grey, hacen una sutil referencia a las cosas que están pasando fuera. Y como buen cine, sugiere pero no explica. Cualquiera de ellas las podemos extender hasta nuestros y serian igual de validas, lo que demuestra que la sociedad ha cambiado muy poco.
Los puntos de vista que muestra cada plano hacen que el espectador se pueda meter en la historia sintiéndose como un asiduo más al cabaret, y es que la cámara se mete por todos los sitios posibles. El juego de luces, el maquillaje y el vestuario de las chicas hacen aun más vistosa la puesta en escena.
Un montaje con un ritmo que podríamos calificar de rápido y cortes de plano muy radicales que no te dejan pensar en el contexto y los conflictos de la época y te meten de nuevo en el cabaret.
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