jueves, 19 de agosto de 2010

El verano de Kikujiro de Takeshi Kitano (1998)

Masao es un niño de 9 años que se ve inmerso en un aburrido verano ya que todos sus amigos están de vacaciones. La vida con su abuela no resulta muy estimulante y decide dejar su campo de fútbol vacío y comenzar la búsqueda de su madre a la que no conoce. En un principio, una foto y una dirección son sus únicos compañeros de viaje. Pero una amiga de su abuela a la que el niño solo le inspira lástima, convence a su marido para que acompañe al niño en su búsqueda.

Curioso el personaje de Kikujiro, interpretado por el también director filme, Takeshi Kitano. Aficionado a conseguir dinero fácil no duda en intimidar a la gente para conseguir lo que quiere, y además de muy malas maneras. Aun así, todos acaban haciendo su voluntad en vez de decirle cuatro cosas bien dichas.

Hay una clara evolución en su personaje. Lo que en un principio era una carga para él acaba convirtiéndose en una cierta armonía entre él y su joven compañero de viaje. A pesar de sus pocas palabras hay comunicación y vinculación. Para que una película sin apenas conflicto te mantenga enganchado se tiene que dar una de estas dos cosas: dos personajes muy iguales a los que les separa una gran diferencia o dos personajes muy diferentes a los que les une una gran igualdad, como es el caso de El verano de Kikujiro.

Los toques de humor propios sin duda de Humor amarillo (el gran éxito de este director) contrastan con bonitos e innovadores planos, cada uno para un sentimiento diferente. No hay nada mejor como una plano general de un campo de futbol vacío con el niño en medio para retratar la soledad. Hasta el espectador se siente solo en ese momento.

Decir que la música es preciosa se queda corto. Conocido por componer para otras obras maestras como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o El castillo ambulante, todas del director japones Hayao Miyazaki, Joe Hisaishi aporta al film el punto de ternura que necesita.

Por sus personajes, su trama y su música esta película, aunque un poco rara, resulta entrañable.



viernes, 13 de agosto de 2010

Días sin huella de Billy Wilder (1945)

Don Birman es un escritor fracasado que únicamente encuentra su salvación en el alcohol. Adicto sin medida, hace lo que cualquier persona en su condición haría: robar, mentir y engañar. Solo dos personas le apoyan en su dura lucha, su hermano Wick y su novia Helen.

Este retrato psicológico de un alcohólico recuerda sin duda a la película que 10 años mas tarde rodara Otto Preminger, El hombre con el brazo de oro, protagonizada por Frank Sinatra, en donde se relatan los problemas del protagonista, en ese caso, con la heroína. En ambos films, los adictos son salvados por una bella mujer: Kim Novak en El hombre con el brazo de oro y Jane Wyman en la pelicula que ahora comentamos.

Los diálogos rápidos y frases inteligentes, aun viniendo de un personaje que no está del todo en sus cabales, son una seña de identidad del director y en esta película no podía ser menos. Los monólogos que hace Don Birman son aun mejores gracias a la interpretación del actor Ray Milland. En cuanto a esto, cabe destacar la escena de la ópera, en donde vemos como se vuelve loco viendo a los personajes de la obra ir y venir con botellas de alcohol. Sin ni una palabra, todo imagen y una grandiosa interpretación.

Preciosas escenas como la de los abrigos encuentran su contrapartida con imágenes tremendas la del murciélago y el ratón, contando además con elegantes planos en blanco y negro como la de la botella encima de la lámpara.

Una bonita introducción con la cámara metiendose por la ventana, un final con la cámara saliendo de la habitación y entre medias, oportunos flash backs.

Solo una pega: no entiendo porqué la traducción del título al español es Días sin huellas. El título en ingles, The lost weekend dice muchísimo mas.

Acostumbrada a ver las comedias de Billy Wilder, este drama adaptado de la novela de Charles R. Jackson, demuestra que su director era un maestro en cualquier género.

Si Wilder fuera camarero y sus películas licores, sin duda diría: ponme otra, Billy.

lunes, 9 de agosto de 2010

El nombre de la rosa de Jean-Jacques Annaud (1986)

En una solitaria abadía al norte de la oscura Italia del siglo XIV se suceden unos crímenes a los que los monjes solo dan respuesta con la existencia del diablo entre sus muros. William de Baskerville (Sean Conery) llega con su pupilo Adso de Melk, protagonizado por un jovencísimo y guapo Christian Slater. Haciendo uso de unas deducciones propias del famoso detective Sherlock Holmes, el monje y su aprendiz destaparán los misterios de la abadía.

A través de los distintos personajes se mantiene la tensión y la intriga durante este film dirigido por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986. El guión cuenta entre sus escritores con el mismo autor de la novela homónima, Umberto Eco. Pistas falsas, personajes engañosos, deducciones casi imposibles y la aparición de la tentación (con una excitante escena) personificada por una bella joven hacen que esta película contenga los elementos necesarios para crear el clima de misterio y suspense que te mantiene pegado a la pantalla a lo largo de sus 130 minutos de metraje, en una linea de pelicula policíaca.

Planteada como un flasback, su narrador Adso parece que en ciertos momentos da al espectador más información de la que los propios personajes tienen. Pero es una falsa ilusión alargada ya que al final de la película nos damos cuenta de que sabemos tanto como los personajes, e incluso menos que ellos ya que parece que William de Baskerville lleva ventaja a todo el mundo.

Sin embargo me resulta un poco soso el porqué de todos los crímenes. Sin ánimo de destripar a nadie la película, me parece que el hecho de que todo gire alrededor de la risa y la comedia se le queda un poco corto para tan entretenido film.

Es interesante el retrato que se hace de la Santa Inquisición, haciendo de ella un poco la comedia (a día de hoy) de la que los personajes quieren huir. Negando las evidencias, todo es cosa del diablo y quien diga lo contrario es torturado y quemado en la hoguera.
Con retazos anticlericales yo me quedo con una idea: no estaría de mas que la iglesia se dejara de tanto lujo y riquezas.

Buena presentación de personajes y buen ritmo. Ni siquiera decepciona la última escena en la que Adso toma aquella difícil decisión. No hacen falta palabras, todo es imagen, como el buen cine.